Eran las 8 de la tarde, una tarde nevada de invierno. A
pesar de las advertencias de mi madre, yo cogí las llaves del coche, y una
tarta que había preparado y me dispuse a salir de casa mientras oía a mi madre:
“¡Ni se te ocurra coger el coche ahora!, está nevando y es de noche, es
peligroso, te puede pasar algo, puedes verles mañana, ¿me estás oyendo?” En ese
momento cerré la puerta y dije para mí: Que va a pasar, siempre igual, ¡qué
pesada!
Cogí el coche empecé a conducir hacia el pueblo de al lado, pues
unos amigos daban una fiesta y no quería perdérmela, había cumplido 18 años no
hace mucho y lo único que pensaba era: ¿Por qué no voy a poder hacer lo que me
apetezca?
El pueblo no estaba muy lejos, había pasado media hora y yo
ya estaba con todos mis amigos, disfrutando de la fiesta, cenamos platos que
había preparado cada uno y de postre comimos mi tarta, ¡cómo les gustó a todos!
Una vez acabada la cena, recogimos todo y un amigo empezó a preparar unos
cócteles que había aprendido a hacer, mientras otros poníamos música en el
ordenador. Me lo estaba pasando muy bien – ¡y pensar que iba a perdérmelo!
Pero de repente ahí estaba, mi pesadilla otra vez, se
trataba de mi madre, eran tan sólo las 12 de la noche y ya estaba llamándome
para ver cuando iba a volver, que era tarde ya, que tenía que volver
conduciendo…lo típico en las madres supongo, aunque yo pensaba que sólo mi
madre podía ser tan pesada.
Decidí no hacerla caso y quedarme un rato más. ¿Por qué se
preocupa tanto? –pensaba. Pero ya no estaba a gusto, así que a eso de la 1 de
la mañana me dispuse a despedirme de mis amigos y quedamos en vernos al día
siguiente.
Llevaba 10 minutos conduciendo, pensando en lo que le diría
a mi madre –“¿ya te has quedado a gusto?, todo el mundo sigue en la fiesta pero
yo me he tenido que ir, estarás contenta”, cuando de repente noté cómo el coche
se desplazaba de un lado a otro, resbalando. No sabía qué pasaba, sentía que no
tenía el control del coche, no podía mover el volante y empecé a asustarme. De
repente di un volantazo y eso es lo último que recuerdo.
Aquí estoy tumbada, creo que veo el asiento del coche encima
de mí, noto algo que me está aplastando pero no logró saber qué es, no puedo
quitármelo de encima, no tengo fuerzas, no sé qué pasa. Empiezan a venirme imágenes
de mi madre, de mi familia, de mis amigos. Recuerdo los mejores momentos que he
vivido y pienso en todas las cosas que me quedan aún por hacer, a ver si me
sacan pronto de aquí –pensé. Ya no sé cuánto tiempo llevo aquí pero debe ser
mucho porque se ha hecho de día y ya empieza a oscurecer.
Creo que estoy viendo una luz, deben ser los bomberos, o la
policía, porque oigo un sonido de lejos, no se parece en nada a la música que
escuché en la fiesta. Me acuerdo de mi madre, de sus advertencias, que retumban
en mi cabeza: “¡Ni se te ocurra coger el coche ahora!, está nevando y es de
noche, es peligroso, te puede pasar algo”. No podía parar de pensar en esas
palabras, ni podía dejar de pensar en cómo se pondría cuando se enterará, ya
estaba pensando en la bronca que me iba a echar. Ya no oigo el sonido, ni veo
ninguna luz. Desgraciadamente, nunca llegué a oír esa bronca, nunca la volví a
llamar pesada. Ojala la hubiera hecho caso.
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